Por Arturo Arriagada I.*
Al ser la principal plataforma para comunicar masivamente los logros de un gobierno, los medios de comunicación se han convertido en actores clave de la política actual. Para que un gobierno sea calificado como exitoso, debe haber mostrado sus triunfos por televisión. Pero para saber si un gobierno lo ha hecho bien o mal, los medios son los llamados a fiscalizarlos. Por esto, el montaje que quedó al descubierto durante la inauguración de un hospital en Curepto, refleja tanto los problemas del gobierno de Bachelet para comunicar sus triunfos, como la escasa capacidad de fiscalización de los medios de comunicación.
Ya habían tenido una advertencia en junio de 2006 los miembros del “equipo de avanzada” del gobierno. Fue cuando Bachelet se enfrentó a los enfurecidos pobladores de Chiguayante que le pedían retirarse del lugar para sacar los cuerpos de sus familiares muertos por un alud. Allí quedó en evidencia la poca experiencia en terreno de sus asesores para evitar situaciones conflictivas. Ahora el desastre fue distinto, ya que demostró que en política muchas veces las apariencias engañan. Pero para que esto no ocurra, los gobiernos deben tener definida una política comunicacional, es decir, un plan que permite a los ciudadanos comprender lo que el gobierno quiere (sus objetivos), las formas para conseguirlo (diseño de políticas públicas) y en qué se traduce para los ciudadanos (beneficios/impacto). Esto significa comunicar permanentemente lo que se quiere hacer, lo que se está haciendo para lograrlo y los resultados de esos logros.
Hay veces en que Bachelet lo hace. Al comunicar la intención de crear una “red de protección social”, Bachelet planteó su objetivo ante la opinión pública. Luego, al presentar un proyecto de ley, estableció el mecanismo para cumplir el objetivo. Finalmente, cuando se aprobó el proyecto, Bachelet y su equipo comunicaron el logro a través de la televisión para informar a la mayor cantidad de personas. Pero el desastre de Curepto pone nuevamente en tela de juicio la política comunicacional del gobierno, como también la nula preparación de sus asesores para impulsarla. Por eso es de extrañar que junto a los ya destituidos de sus cargos, no figuren los encargados del ahora famoso “equipo de avanzada”.
Al no existir una política comunicacional definida, Bachelet cae en errores que atentan contra su principal capital: la confianza de los ciudadanos. Primero fue el decálogo contra sus ministros, luego el desastre de Chiguayante y ahora Curepto, todas señales que impiden convertir situaciones adversas en logros. Lo que también se manifiesta en las encuestas que reflejan una baja en las preferencias hacia su gobierno desde que asumió. Las mismas donde los chilenos dicen confiar más en los medios de comunicación que en los actores políticos.
Si bien la política mediatizada puede atentar contra la interacción cara a cara entre gobernantes y gobernados, también hace posible que miles de ciudadanos estén al tanto de los logros y errores de sus gobiernos. Pero para que los medios no queden como las víctimas de las maniobras políticas, también deben anteponerse a los hechos. En el caso de Curepto, los medios creyeron en un montaje mal armado, lo informaron y recién después de algunas semanas de denunciado – cosa que tampoco hicieron- dieron cuenta de las irregularidades que allí ocurrieron.
Más que construir realidades, los medios actúan como filtros que –de acuerdo a sus líneas editoriales, agendas y objetivos –distorsionan las fortalezas y debilidades de los gobiernos. Por ello, la política comunicacional del gobierno de Bachelet no depende de los medios, sino de lo que ella quiera mostrar como sus logros a los chilenos. Por eso el desastre de Curepto no es culpa de la mediatización de la política hoy en día, sino de las personas que quisieron mostrar como logro un trabajo mal hecho. Pero sí los medios fallaron al no adelantarse a esa situación y terminaron siendo golpeados por el gobierno.
Por más que critiquen el actuar de los medios de comunicación, los políticos han encontrado en ellos a su mejor aliado para construir realidades. Pero para que sean efectivas y construyan vínculos con la ciudadanía, la realidad se debe sustentar en hechos. Y Bachelet no es la excepción. Si su gobierno insiste en trabajar sin una política comunicacional establecida que le permita difundir sus logros, las negativas consecuencias de este matrimonio por conveniencia seguirán siendo hechos como los ocurridos en Curepto.
*Arturo Arriagada es profesor de la Escuela de Periodismo de la UDP.