22 de abril de 2008

Octavio Paz y la conversación política

Por Eduardo Saavedra Díaz*

2008 es un año de grandes aniversarios políticos. Por mencionar sólo algunos de los más importantes, se cumplen 60 años de la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el más ambicioso pacto social a escala mundial que haya constituido la humanidad, y cuatro décadas del más retumbante año del siglo XX, el axial 1968, que bajo el sonido del “álbum blanco” de los Beatles estuvo marcado por masivas rebeliones estudiantiles, como el mayo francés y su consigna “imaginación al poder”, la expansión del movimiento hippie desde las universidades norteamericanas en protesta por la guerra de Vietnam o la pacífica movilización estudiantil en el barrio de Tlatelolco en ciudad de México por reformas democráticas y que fue brutalmente reprimida por el gobierno.

También se cumplen 20 años del memorable plebiscito que permitió el retorno a la democracia en Chile y una década de la detención del general Pinochet en Londres, la que sentó un histórico precedente en materia de justicia internacional por crímenes contra los derechos humanos.

Pero este año además se conmemora un aniversario político no menos importante para la historia del mundo, especialmente de América Latina. Me refiero a los 10 años de la muerte del célebre escritor mexicano Octavio Paz, ocurrida el 19 de abril de 1998. Y digo que se trata de un aniversario político, porque este gran poeta y ensayista, además de ser el último latinoamericano en recibir el Premio Nobel de Literatura (1990), fue un gran pensador de la conversación política.

A través de polémicos ensayos reunidos en libros como "El laberinto de la soledad" (1950-59), "Postdata" (1970), "El ogro filantrópico" (1979), "Tiempo nublado" (1983) o "Pequeña crónica de grandes días" (1990), Paz manifestó su más sentido repudio a los totalitarismos, las dictaduras militares, la hegemonía de las grandes potencias, las burocracias estatales y sindicales, el patrimonialismo, el centralismo, el populismo, el denominado "arte comprometido", entre otros males que constituyen graves atentados a la libertad, la igualad y la dignidad de los hombres.

Como testigo de la gran noche del siglo XX, el Nobel mexicano fue un acérrimo defensor de la crítica y del pluralismo como pilares fundamentales de la vida política, la que concibió no sólo como el “arte de gobernar” sino esencialmente como “arte de convivir” y no el de imponer una determinada forma de vida a los distintos modos de vida humanos, sean individuales o colectivos. De ahí su más alto compromiso con la democracia como único medio posible para lograr cambios. “Sin democracia –decía- los cambios son contraproducentes; mejor dicho: no son cambios”. De ahí también su renuncia como embajador de México en la India a raíz de su enorme indignación por la matanza en Tlatelolco.

Paz estuvo siempre convencido que la conversación no es divina sino intrínsecamente humana, desde el momento que todos los seres humanos somos mortales y nadie puede determinar el destino de la humanidad. Por ello defendió la libertad, como aquella condición que distingue al hombre del resto de los seres vivientes, valor que no es una fe sino algo mejor: una elección y que por ser algo que escogemos y no algo que nos escoge radica no su debilidad sino su fuerza. Por lo tanto, la libertad es una condición que no se define, simplemente se ejerce a través de la crítica, la que se funda en la tolerancia y permite que la democracia no degenere en demagogia.

Y la demagogia es precisamente la triste realidad que la pluma de Paz observa en las democracias latinoamericanas, invadidas por la corrupción y el secretismo, dos “virtudes cardinales” de nuestra antimoderna tradición patrimonialista heredada de la Contrarreforma hispánica. Por consiguiente, América Latina debe tener voluntad de asumir (y la más poderosa democracia capitalista occidental recordar) que la libre crítica es la piedra angular de la conversación política. De lo contrario, continuarán soplando los vientos de autoritarismo espirados por ese “ogro filantrópico” que sólo conocemos por la inmensidad de sus devastaciones.

Sin embargo, allí está la sombra de un Octavio Paz arrojada por sus palabras para decirnos nuevamente que ”la crítica es el aprendizaje de la imaginación en su segunda vuelta, la imaginación curada de fantasía y decidida a afrontar la realidad del mundo”, la crítica que nos dice que “debemos aprender a disolver los ídolos: aprender a disolverlos dentro de nosotros mismos” y que “tenemos que aprender a ser aire, sueño en libertad”. Imaginación al poder y poder de la imaginación.

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*Eduardo Saavedra es abogado.