Por Luis Casado*
El petróleo sube, sube, sube, y de Falludja a Porto Alegre, de Merindoles-les-Oliviers a Llullaillaco, de Washington a Moscú, todo el mundo se pregunta, acojonao, “¿Y ahora qué?”. Pregunta pertinente desde luego, que conviene tratar con prudencia y discernimiento.
Hace unos días, un patriota chilensis exigió públicamente la disminución de las tasas que el fisco le aplica a los carburantes con argumentos especiosos y faramallas trapaceras no muy alejadas de los anuncios de acabo de mundo que los empresarios lanzan cada vez que se trata de pagar algún impuesto.
El Estado chileno, -muy impresionable cuando quién pone los huevos en la mesa es un patrón-, se allanó a subvencionar en 70$ el litro de gasolina con lo cual, desde luego, no arregla nada.
Una muy mal entendida “sensibilidad social”, -que haría mejor en pagar dignamente la fuerza de trabajo en vez de practicar la caridad pública-, lleva a poner un bono aquí, un bono allí, cada vez que queda en evidencia la insoportable distribución del ingreso que favorece a los poderosos.
Ahora que cada barril de oro negro se negocia a más de U$ 127, esperando mejor, la gasolina SP95 se vende en Santiago entre 570 y 600 pesos, mientras que en Europa continental vale 1,70 €, o sea 1.234 valerosos pesos, de los cuales 64% (y aun más) corresponden a impuestos.
A nadie en Europa, ni a los economistas neoliberales ni a los alternas, se les ocurriría cometer la irresponsablidad de pedir que bajen los impuestos o que el Estado subvencione el consumo de carburantes.
Quienes entienden del tema coinciden en señalar que las existencias de petróleo no son infinitas y, -en el estado actual de las informaciones disponibles-, estiman que no quedan más de 40 años de disponibilidad masiva.
Mientras tanto, la mundialización acelerada se construyó y se desarrolla sobre la base de costes de transporte perfectamente ridículos, que hacen factible el consumo en Llullaillaco de cepillos de dientes fabricados en Guandong, y de mangos brasileños en Merindoles-les-Oliviers.
Aquellos que piensan en el mañana y no limitan ni su reflexión ni su acción política a los escándalos cotidianos, advierten que el mundo debe aceptar que dentro de medio siglo habrá que arreglárselas sin petróleo, o al menos con cantidades infinitamente inferiores a precios demenciales.
En esas condiciones, los economistas neoliberales destacan que “el mercado” está castigando el uso inmoderado e irracional de energía sucia. Los alternas, por su parte, subrayan que a U$ 200 el barril un verdadero choque económico obligará a repensar la mundialización que separa los países entre productores lejanos con mano de obra barata, y consumidores ricos proveedores de los servicios financieros que permiten la distribución y el consumo de aquellos productos.
Por una vez de acuerdo, el terreno común que ocupan los neoliberales y los alternas se sitúa en las riberas de la ecología responsable.
Dicho lo cual uno se pregunta cual es la coherencia de una política económica que hace de los emplastos de mostaza la panacea para problemas cuya dimensión sobrepasa con creces los límites y fronteras de la copia feliz del edén.
Si hubiese que potenciar un único elemento economizador de la energía cara y sucia, ese elemento es el transporte público y ya conocemos los resultados. Sumado al hecho que el parque de automóviles crece a crédito, y rueda en cómodas cuotas mensuales.
Por otra parte, si el dólar baja, se compran dólares. Si el petróleo sube, se subvenciona su consumo. Si los salarios no alcanzan, se distribuyen bonos. Si los estudiantes no pueden pagar la enseñanza superior transformada en objeto de lucro, se les endeuda. Si el poder adquisitivo es insuficiente, se distribuyen tarjetitas de crédito. Si los trabajadores asalariados protestan, se les envía la policía. Si las notorias carencias de servicios e infraestructuras públicas generan un superávit, se usa ese dinero para tapar los déficits del imperio.
Por si fuera poco, la cueca empelotas reside en que el ministro de Hacienda va a los Estados Unidos a hacerse aplaudir por aquellos que le ordenan tanta incuria. Mientras la presidenta, -que desde luego es muy progresista, si uno tuviese dudas al respecto no tiene más que leer las declaraciones del senador Alejandro Navarro al respecto-, cubre toda esa política regresiva poniendo cara de estar al corriente. ¿Teatro de sombras chinas o baile de máscaras?
_______________________________________________________________
*Luis Casado es economista