18 de abril de 2008

El Congreso de la Comedia

*Por Manuel Guerrero Antequera

Hace años, el filósofo rumano Emile Cioran escribió, con su característica lucidez, la siguiente sentencia: “Paradoja trágica de la libertad: los mediocres, que son los únicos que hacen posible su ejercicio, no saben garantizar su duración”. Cuánta verdad indican estas palabras, sobre todo cuando somos testigos ingratamente privilegiados del grado de alienación al que son capaces de llegar nuestros honorables parlamentarios. Para mayor desgracia, todos democráticamente electos por nuestro pueblo que asiste con disciplina cívica ejemplar, en cuanta elección existe, a depositar su voto. Porque si al menos fueran designados, vitalicios, impuestos, de modo que el verlos actuar resultara menos doloroso, no atribuible a responsabilidades propias. No, están ahí porque el pueblo así lo ha escogido. Las instituciones funcionan.

Y como no pensar en Cioran luego del fútil baile de máscaras que nos ofrecieron los Honorables durante la sesión, transmitida en vivo, en que la Ministra de Educación, Yasna Provoste, fue removida de su cargo por el Senado, a través de la pomposa orquestación de una acusación constitucional en su contra, por notable abandono de deberes presentada por la Cámara de Diputados, a propósito de desórdenes administrativos detectados en la cartera de educación, que es una forma elegante de tipificar actos de corrupción.

Para aprobar la acusación los senadores en sus intervenciones exponían sus argumentos con tan exagerada solemnidad que harían palidecer al propio foro romano. Como envuelto en una toga de eternidad, el senador Fernando Flores remarcó: “estamos haciendo historia”, y dejó caer la espada de Damocles de su voto sobre la cervical de la Ministra, apoyando, una vez más, una operación de derecha. Sí, Flores, el mismo senador que fuese elegido con votos de la Concertación. Por esta conducta otro Honorable le espetó en la cara ante los micrófonos excitados de las radios que cubrían el evento: “¡Traidor!”. Los medios, le consultaron al agredido su opinión por el epíteto recibido. Con la tranquilidad y parsimonia de una ballena en alta mar, el senador Flores respondió que él había dado la pelea junto a Allende, que por ello estuvo tres años preso en dictadura, en consecuencia goza de suficiente libertad de conciencia para votar por lo que fuera sin ser considerado traidor.

En la Grecia clásica a los guerreros que cumplían su misión con excelencia y valentía se los consideraba poseedores de la areté. Solo los mejores eran dignos de estas virtudes, y ellas se expresaban en el combate, cuando mostraban templanza y sentido de justicia. Me pregunto si Allende consideraría que el antes soldado Flores goza de areté. Porque se trata del Ministro más joven de su Gobierno, como le gusta mencionar ad nauseaum al actual senador, algo de cariño le habrá tenido. Pero ha de ser una forma especial de virtud, de la que realmente muy pocos gozan, el hacer alianzas con quienes te llevaron a prisión y exterminaron a tu generación, y no sólo para apoyarlos en sus necias bravuconadas que realizan de tanto en tanto para demostrar que aún sin tener los votos ciudadanos dominan igual –ayer bombardeo, luego boinazos, hoy acusaciones constitucionales, fallos del Tribunal Constitucional-, sino también presentar proyectos de ley para otorgar beneficios carcelarios a los pocos violadores a los derechos humanos que están en prisión. ¿Eso es hacer historia, abrir mundos, senador Flores?

Pero el festín agónico lamentablemente da para más. Porque estos dos meses fueron condimentados con exposiciones públicas de la profesión de fe religiosa de una Ministra de Estado como móvil para hacer frente a una acusación constitucional, práctica que en toda Iglesia forma parte de la intimidad de las personas. Si ello fuera poco, todas las señales apuntaban a la construcción de un martirologio anunciado. El realismo mágico de García Márquez con su Crónica de Una Muerte Anunciada, quedó pequeño, porque al menos ahí el crimen era pasional, en revancha por el honor herido, con el protagonista sumido en la ignorancia de su cruel destino. En este caso todos sabían que caería la Ministra, partidarios y detractores, y ella misma. ¿Acaso no era evitable tal carnicería mediática? ¿O, como somos un país de héroes que se suicidan, no resultaba tan desafortunado dejar morir cívicamente a una funcionaria, sin renunciar y sin pedir la renuncia, como estrategia política frente a la operación desalojo, como derrota política pero victoria moral? ¿No da para más la creatividad de la clase política?

Y resulta insólito escuchar, por boca del Presidente del Partido Socialista, cuyo lote interno se llama Nueva Izquierda, defender principios portalianos del sistema presidencialista chileno. En los años ochenta varios autores decretaron la muerte de las izquierdas y las derechas, como una manifestación más de la condición postmoderna, pero no creo que hayan tenido a mano un ejemplo más ilustrativo de lo que querían comunicar que observar a un líder socialista invocar a su favor, el ideario del Ministro del Interior más conservador y autoritario, además de vulgar y matonesco, que ha conocido la historia republicana de Chile, como Diego Portales. No por nada el dictador Pinochet rebautizó el edificio de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, UNCTAD, con el del comerciante que llegó a Ministro, y fue responsable de numerosos fusilamientos y destierros de opositores. Si esta es la Nueva Izquierda, parece preferible la vieja, que al menos buscaba el socialismo con empanada y vino tinto, y no consolidar y perpetuar un sistema político que imita a las monarquías medievales.

¿Qué tal si se acusan constitucionalmente todos y abren espacio durante los cinco años que no podrán ejercer cargos públicos a nuevas generaciones que, seguramente con menos pompa y medallas de héroes antiguos, ejercerán sus funciones con un mayor nivel de competencias técnicas, y la dignidad simple de estar en política para servir al otro? Que vengan los de la revolución pingüina, los que no tienen culpas ni deudas por saldar, ni cheques por cobrar, solo voluntad de cambio real.

Otro rumano, Eugenio Ionesco nos mira desde el oriente eterno, y toma notas para su próxima obra póstuma del teatro del absurdo.

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* Manuel Guerrero Antequera es sociólogo.
http://manuelguerrero.blogspot.com