Por Jorge Inzunza H.*
Al pensar en mis siete años en la Escuela D-493 de San Miguel y otros seis en el Instituto Nacional, recojo dos escenarios posibles para pensar la educación pública. En mi Escuela viví una experiencia de integración donde alumnos con diferentes capacidades y de un nivel socioeconómico medio y bajo compartíamos un mismo espacio, aprendiendo unos de otros a convivir y desarrollarnos como personas. En el Liceo en tanto, descubrí el valor de "la nota", el idealismo, la meritocracia y las aspiraciones de un establecimiento que compite gracias a un mecanismo bien conocido por los establecimientos privados, este Liceo selecciona -un aspecto que no abordaré aquí-. Estas son dos formas de lo público en educación, donde sin embargo se encuentran las clases sociales mayoritarias de nuestra población.
Lo que nunca he vivido es la educación particular. Tal vez este sesgo me hace defender a ultranza mis aprendizajes y los valores de integración social y humana, la oportunidad de ser ciudadano, de imbuirme de lo público con sus ventajas y contradicciones. Tal vez estoy tratando de transmitir algo que no se puede, porque hay que vivirlo.
Esta reflexión inicial, teñida de recuerdos, me hace pensar en estas frases breves, pero tan decidoras pronunciadas por nuestras autoridades y representantes políticos en estos días, que podemos resumir en que "no entienden por qué están los profesores, apoderados y estudiantes en las calles protestando". Quiero defender la tesis de que los políticos y quienes están encabezando los puestos claves del Estado no entienden esta protesta social porque no han vivido la educación pública ni los valores que están depositados en ella. No se trata de afirmar que la educación no tiene problemas ni que no se debe superar a sí misma, sino que ella es en sí misma, la esperanza del lazo social.
Haciendo un juego estadístico muy simple podríamos mirar los curriculums de los congresistas y comprobar si ellos y ellas estudiaron en escuelas y liceos públicos. Al hacerlo he encontrado lo siguiente -a partir de los datos que están publicados en la página del Congreso-: de los senadores un 61% realizó su enseñanza media en colegio particulares pagados, cifra que se eleva a un 68% en el caso de los diputados. Otro dato interesante es que aproximadamente el 42% de los senadores y 35% de los diputados estudió en colegios ubicados en cuatro comunas de Santiago que ostentan los mayores ingresos económicos de la población chilena (Las Condes, Vitacura, Providencia, Lo Barnechea). Hay que decir que estos colegios particulares representan menos del 8% de los establecimientos educacionales.
Este breve, superficial y simple examen de las trayectorias educativas nos da para pensar en qué posibilidades reales tenemos de obtener leyes y políticas que sean comprensivas, adecuadas, pertinentes y que promuevan la educación pública, si la mayoría en el Congreso y en el Estado responde más bien a pasados y presentes educativos privados. ¿Entonces qué esperanza tenemos? No queda más que la calle, lugar que resiste y que es pública por excelencia. ¿Quién(es) son los que están mas capacitados para participar y decir sobre la educación pública? ¿Los que la miran de lejos o los que la viven a diario? Quiero entonces en estas breves líneas de junio reivindicar la participación de las comunidades educativas en su derecho a pensar y dirigir el destino de la educación que les concierne y pertenece. Los mismos argumentos citados por el empresario Sebastián Piñera cuando hablaba de por qué no se había consultado a los santiaguinos sobre el nuevo sistema de transporte, criticando que éste había sido diseñado por quienes no utilizan el transporte público, puede utilizarse para afirmar que son quienes viven la educación pública quienes son los mejores capacitados para gobernarla. Esta es una deuda desafiante que mantenemos con nuestro magisterio, estudiantes, asistentes de educación y apoderados. Es esta la educación en democracia que se niega en Chile -negación reflejada en la discusión del Proyecto de Ley y el mismo texto- y que tantos países del mundo ya tienen.
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*Por Jorge Inzunza H. es Magíster en Ciencias Humanas y Sociales.