Por Karen Hermosilla Tobar
Si me detengo a pensar un momento en qué se parece el socialismo de antaño con el de hoy, mi corazón busca que las ideas se me escabullan. Podría ponerme de súbito a cocinar alguna preparación profética en mi caos-cocina o tomaría en mis manos, pretenciosamente, un complejo libro de antropología.
No hay caso. Me siento limítrofe en todos los movimientos. Me desconcentro en cosas banales: el bigote, extrañamente abundante de un poeta prontamente decadente, o en los ojos exóticos de un inocente muso perdido de Gauguin, un joven desierto y amarillo. Mis más bajas pasiones me hacen sentirme parte de un programa horrible como Mea Culpa. Mi entusiasmo va de la magia al desastre. No se puede cocinar decentemente, ni pensar de una forma coherente y honesta. Menos en qué se parecen el Partido Socialista chileno de ayer con el de hoy.
El Partido Socialista de antaño, ese que produjo un pacto vanguardista y que corajudo se empecinó, lejos de buscar un cambio, ha cambiado demasiado. Veo que la miseria es transmitida como un show contrario a las simbólicas reverberaciones iconográficas de la figura de Salvador Allende y las tan pertinentes y desconocidas frases de Osvaldo Andrade.
Los estudiantes, los trabajadores, los pobres, las mujeres, los maricones y las lesbianas, y todos los animales que van quedando sueltos, además de los vagabundos y los locos, las malezas que aún no se han quemado y los árboles sobrevivientes, a pesar de todas las protestas y reclamaciones, no consiguen más que represión. A pesar de ser una masa diversa y luchadora que intenta liberarse de las garras del mercado, jamás ha podido sentir el respaldo de este partido que intentó ser vanguardia en algún momento. El pueblo, ya sea en las formas actuales tales como usuarios y funcionarios, son víctimas del Partido Socialista pues son ellos quienes tienen inalienablemente la responsabilidad de la primera magistratura y varios ministerios, secretarías, gobernaciones, intendencias y municipios.
El otro día escuché una mala broma. El señor funcionario del PS decía que su cuenta, que consistía en cuatro vodkas tonic, sería pagada por el municipio de Quilpué. Al preguntarle yo porqué me decía eso, me contestó que me había salido “la veta de periodista”, cosa que debe ser resguardada celosamente mientras oficio de copetinera para no incomodar a los consumidores, en su mayoría burócratas. Luego y en tono absoluto y fervoroso mencionó: “Por que puedo”.
El chiste, según Freud, se perfila como una fisura que deja entrever secretos pensamientos que buscan aceptación social.
El gobierno de Salvador Allende no fue un gobierno socialista, a juicio del mismo héroe, sino que un gobierno popular, que reconocía en el Estado una plataforma burguesa de hacer política y por lo tanto de vivir la vida. El gobierno de Lagos Escobar y de Michelle Bachelet, en cambio, son gobiernos liderados por este partido y secundados por la Concertación, toda la clase empresarial emergente y todos los intelectuales agringados que hagan falta. No tiene nada de popular.
De esta forma hicieron una sociedad completamente burguesa, cada vez más clientelista, a relajo de los tantos miles y millones de funcionarios y usuarios, con el fin de decidir por este disciplinado ente que bota por sus jefecitos con devota inseguridad laboral y con efectividad garantizada. Personas fiscales abundan en la masa social, asegurando la continuidad del gobierno por unos 20 años más, aunque con su voto nunca logren una jubilación digna en el sistema público.
Podemos ver que las diferencias están a la vista. Al parecer no solo temporalmente las condiciones de uso del PS han cambiado, sino cósmicamente. El Partido Socialista se ha separado de sus raíces, que flotan en un océano, en donde las olas que tocan el presente resbalan hacia la orilla sin arrastrarlas. Unas raíces exterminadas, ahogadas en un icono pop, en una rebeldía en blanco y negro, en unas “reñidas elecciones” en donde la táctica es igual a la estrategia.
El gobierno de Michelle Bachelet mantiene en sus filas a dos entes antagónicos que se mantienen en un eficiente empate. El Doctor Velasco y Mr. Andrade miden su imaginario sin conseguir más que lo que sucede cuando un elástico es estirado por ambos lados: cae de un salto siempre en el medio, quedando por segundos suspendido en un espacio cargado de símbolos, que se diluyen irremediablemente píxel a píxel.
Ninguno es capaz de convertir su pensamiento en una política pública. Andrade teniendo todo el respaldo de un partido con tradición, también fracasa en el intento.
Todos sus dichos se han pasado por alto, han sido rectificados, desmentidos, puestos en la débil situación del individuo. El individuo Andrade piensa -porque lamentablemente no puede actuar- de forma personal e intransferible, sin representar a nadie más que a si mismo, en un acto rebelde e incluso egoístamente indisciplinado. A pesar de ser una opinión altamente compartida por el pueblo de Chile, a pesar de tener un margen altamente superior de credibilidad al de sus camaradas, justamente porque su opinión no representa más que a sí mismo, a nadie le importa la palabra de Andrade.
Un partido con poder para decidir ¿por qué le teme al debate profundo? Osvaldo Andrade recibió el apoyo de muchos de sus camaradas, e igualmente de la Presidenta de la República. ¿Qué pasa entonces? No se pueden dar sólo espaldarazos, se deben llevar a cabo medidas que provoquen avances sustantivos en justicia social.
Osvaldo Andrade, un heroico y cercano ministro, ya sea por su plataforma multimedial, o su historia como sindicalista, lleva la consigna de la simple y llana espontaneidad de quien no cree que el Estado sea un feudo. Los socialistas que mantienen esta raíz tienen una hermosa playa frente a sí. Tocan la orilla, como Andrade, y se sienten ridículos haciendo máquinas internas que los sumergen en el gran y frío océano, que ninguna relación tienen con los estudiantes, los trabajadores, los pobres, las mujeres, los maricones y las lesbianas, y todos los animales que van quedando sueltos, además de los vagabundos y los locos, las malezas que aún no se han quemado y los árboles sobrevivientes.
Las prestaciones a gendarmería a visión de analistas y aliancistas, pertenece a una más de las irregularidades del caso “sobresueldos”, sin embargo Andrade ha sido enfático y ha tenido la entereza de contestar sin arrugarse frente a las cámaras que fue un trabajo realizado seriamente en horas fuera de su jornada laboral.
La casa de brujas ha comenzado y la cabeza de Andrade se mantiene sobre sus hombros. Supongo que Andrade es el HOMBRE. Lo digo pues me evoca, inevitablemente, cuando lo observo, esta provinciana campaña política. Deben estar unidos cósmicamente, como lo está el pico de un pájaro carpintero a la cura del dolor de muelas como aseguran los aborígenes de Siberia. Así es en el pensamiento primero que ordena el universo y que sin duda también crea distancias infranqueables, como la que en este momento tiene el Partido Socialista de antaño y el de hoy, a no ser por Andrade, un mágico puente, sobre un tortuoso océano.